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Arte poética N° 3/ capítulo XXXVII en el que queda demostrado que Phileas Fogg no ha ganado nada al dar esta vuelta al mundo si no es la felicidad.

Empiezo a escribir cuando el alba se desmaya en las chimeneas y uno a uno lo programas de radio van extinguiéndose    / mientras nadie hace el amor y las camas de los niños rojos están mas arrugadas y frías que los desfiladeros indios o las manos de un viejo que ya no cree en nadie ni en nada / o bien cuando todos fornican con los ojos cerrados y la luz se entierra como un hacha loca entre las dunas — los oasis lanzan aullidos concéntricos, los catalejos se venden más que los condones y es la misma miseria—. Empiezo a dibujar, a escribir cartas, a tratar de reconocer lo que no veré más, entre el espacio que hay de la palabra ternura a la palabra indiferencia, entre lo que media de la frase déjalo todo, a la frase terreno firme o caras conocidas / Ahora que puedo sentarme bajo un desesperado mural anónimo con un boleto imaginario de avión en la mano derecha y una naranja hecha pedazos en la izquierda. La madrugada se ensancha con los colores de una herida interior. Un muchacho idiota canta: cuando me entreguen mi primer sueldo voy a comprar un vestido de flores verdes para mi camarada y unos pantalones de mezclilla para mí / Y un muchacho idiota canta mientras observa ciudades levitando como vapor. Los cerebelos rajados de las revoluciones. Semillas armoniosas y salvajes que ruedan que se coagulan que ruedan: el parpadeo experimental de los complots.

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No estoy solo

LLena de frutas leves en los labios Adornada con mil flores disimiles Gloriosa En los brazos del sol Dichosa Como un ave familiar Cautivada Con una gota de lluvia Mas hermosa Que el cielo de la mañana Fiel Hablo de un jardín de un arbolito, de un Sueño pero ciertamente quiero

DEDICATORIA

Para mi amigo, el muy trinchón, el que concibe la poesía como carrera de caballos, primer vals en sociedad, Rayuela entre señoritos de la high, nariz monona, cuello estirado, rabo al aire, o como el clásico concurso para nenitos trastornados: “Yo soy el niño más bonito de la clase”. Para mi amigo, el ruiseñor capeado con la firme, atlética y muy mamona convicción de que será la vida quien se encargue de acomodarle sus cuerazos… Muy jaladamente, tu seguro gladiador: nativo de Mixcoac de ninguna manera ciudadano del mundo, que como vos seguramente sabéis por vuestra privilegiada memoria de grabadora alemana, no es sino el gingle de trasnacional marca de cigarros. (Mario Santiago, 1953, del libro "Aullido de cisne")